Sábado 20 de Diciembre de 2025

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20 de diciembre de 2025

“Entramos cuatro y salimos dos”: el recuerdo de la mujer que perdió a su hijo y a su pareja en el temporal de Bahía Blanca

El 16 de diciembre de 2023, Celeste Castillón fue testigo directa del momento en que parte del club Bahiense del Norte se derrumbó y sepultó a su esposo Ariel Baldi y al hijo de ambos, Benicio. A dos años de la fecha, reconstruye el antes y el después de una tragedia que marcó su vida y que todavía espera una respuesta de la Justicia

>“Yo me sigo preguntando, por ejemplo, ¿cómo sería Benicio hoy? Veo un nene de siete años, que es la edad que él tendría, o veo a sus compañeritos porque su hermana, Lola, sigue yendo al mismo colegio y pienso: ¿Cómo sería mi hijo? ¿Seguiría jugando al fútbol, le gustaría jugar al básquet, jugaría al rugby o no le gustaría jugar nada?”, se pregunta No hay respuesta ni jamás la tendrá.

Benicio es una de las Desde entonces, su vida quedó en pausa. Dice que no aprendió a convivir con el dolor y la ausencia, mientras todo alrededor sigue funcionando como si nada hubiera pasado. “Entramos cuatro y salimos dos”, dice, dos años después.

Antes de ese sábado, los días de Celeste Castillón giraban en torno a Lola y Benicio. “Ariel trabajaba como vendedor en una distribuidora de cigarrillos y yo me dedicaba a mis hijos, porque con lo que él ganaba alcanzaba. Nunca tuvieron niñera. Iba con ellos a todos lados. Era feliz criándolos y yendo a los actos de la escuela”, dice.

El 16 de diciembre de 2023 amaneció nublado. “No recuerdo si se había emitido una alerta meteorológica. Como sea, nadie le hacía caso porque, vamos a ser sinceros, Bahía es la ciudad de los vientos. Siempre llueve y siempre hay viento”, dice Celeste. Llevó a Lola al club para el último ensayo, regresó a su casa y desayunó con su Ariel y Benicio en el lavadero. Al mediodía pasaron a buscar a Lola y almorzaron los cuatro: “Siempre digo que fue el último almuerzo juntos”.

Cuando Celeste despertó, estaba todo oscuro. Llovía y se escuchaban gritos. “El profe de patín de su hija, Feliciano Zamora, me sacó debajo de los escombros. Me dijo: ‘Quedate tranquila que Lola está bien, está en el vestuario’”. Entonces empezó a preguntar por Benicio y por Ariel: “Me dijo que los estaban buscando”.

La sacaron en camilla y la llevaron a la guardia del Hospital Municipal, que queda a menos de doscientos metros del club. Le preguntaron su nombre y su número de documento. Contestó todo. Como no había luz, médicos y enfermeras le cosieron la cabeza alumbrándose con los celulares. “Tengo siete u ocho puntos”, cuenta. Volvió a preguntar por su hijo y su marido. Nadie le decía nada. “Me decían que no sabían, que me quedara tranquila, que habían derivado a varios a otros hospitales”. Esa noche la pasó sedada, con cuello ortopédico, inmovilizada.

A la madrugada del lunes empezaron a llegar amigos y familiares, con una consigna: no decirle la verdad. “Como me acordaba de memoria el teléfono de Ariel, le pedí a una de mis amigas que lo llamara. Ella simuló contactarlo y no respondía nadie. Las cosas estaban en la comisaría”, dice. Con el correr de las horas, el silencio empezó a volverse sospechoso. Hasta que escuchó una conversación, lejana, desde la cama: “Oí que hablaban de trece fallecidos. Ariel y Benicio no aparecían y yo veía a las personas que estaban al lado mío con familiares. ¿Cómo no aparecía Ariel?”.

La confirmación llegó cuando el jefe de psicólogos del municipio entró a su habitación con Lola. Celeste le vio la cara a su hija y después a sus amigas, “deformadas de llorar”. “Ahí me la vi venir” dice. “No había forma de procesarlo. Decía que me quería morir, que no podía ser, que estaban equivocados. Si ellos estaban muertos yo tendría que haber fallecido también, porque estaban sentados al lado mío. ¿Por qué yo no y ellos sí?”.

Esta semana se cumplieron dos años de la catástrofe. La fecha coincidió con el actor de egreso de Lola de la escuela primaria. “Es todo muy loco. Fue en la franja horaria en la que pasó todo… Será el destino, o que, de alguna manera, el padre y su hermano quieren estar”, reflexiona Celeste. Hasta hace poco, madre e hija todavía dormían abrazadas. “Tuvo que pasar un año y medio para que nos despegáramos. Tenía miedo de que a ella también le pase algo”, dice. Todavía lidia con ataques de pánico. “El viento también me pone muy mal: lo último que escuché fue la cola del tornado”, agrega.

Celeste no niega la magnitud del temporal, pero vuelve una y otra vez sobre lo que pudo haberse evitado: “Hubo una catástrofe climática, sí. Pero si esa pared hubiese tenido el encadenado hasta el metro 21 no se hubiese caído. Hubiesen explotado todos los vidrios, no sé, pero la pared no se hubiese caído. Y la pared se cayó íntegra”.

Recomponerse económicamente tampoco fue fácil. En enero de 2024, Celeste reabrió el lavadero de autos que había levantado junto a Ariel, pero en septiembre de este año tuvo que cerrarlo. “Se me fue el alquiler por las nubes. No era por la inflación, sino por un arreglo de palabra que el dueño del lugar había hecho con Ariel. Le cobraban menos al principio si él hacía arreglos. Entonces yo tenía que arrancar todos los meses con un millón abajo del brazo. Era imposible juntar ese dinero del uno al diez”, explica. Hoy lava autos en su casa: “Me traje el trabajo al garaje, mitad techado y mitad al descubierto. Algunos clientes me siguieron”, cuenta.

En noviembre pasado, el fiscal Cristian Aguilar, titular de la Unidad Fiscal N°1 del Departamento Judicial de Bahía Blanca, En la resolución, Aguilar consideró que el dirigente “omitió disponer la suspensión del evento de patín de fin de año frente a la emisión de dos alertas previas de color naranja por parte del Servicio Meteorológico Nacional, y otra emitida por el municipio de la ciudad a las 13 horas”. Además, remarcó que Ginóbili sabía que el club no contaba con habilitación municipal vigente y que el Código de Habilitaciones prohibía expresamente el desarrollo de actividades en instituciones sin aprobación definitiva.

Al igual que el resto de los familiares de las víctimas, Celeste espera el juicio. “Necesito que un juez dictamine si fueron culpables o no. Los años de condena no me importan. Benicio y Ariel no van a salir de ahí abajo, entonces me es indistinto. Pero me parece que tienen que pagar de alguna manera. Lo que más me duele es saber que ellos pueden seguir teniendo su vida y la mía nunca más va a volver a ser normal. Ellos duermen con sus hijos, celebran la Navidad, celebran el Año Nuevo, celebran un Día del Padre, un Día de la Madre, un Día de la Familia, un Día del Niño. Yo, en cambio, me sigo preguntando, ¿cómo sería Benicio?”, se despide.

“Lo extraño a Ariel, obvio, pero no se compara con el dolor de perder a un hijo”, dice Celeste. “Mis hijos me tendrían que enterrar a mí, no yo a ellos”, repite.

Benicio era un nene feliz, muy amigo de sus amigos. En el jardín saludaba a todos: desde la portera a la cocinera. Siempre decíamos: ¿de dónde sacó esa simpatía? El año que viene hubiera arrancado primer grado”.

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